top of page

La culpa: una emoción tóxica

El sentimiento de culpa es habitual en nuestras vidas. ¿Quién no ha sentido culpa alguna vez? Y es razonable que así sea en una cultura que emplea el premio y el castigo para socializar y mantener el orden. Sin embargo, la culpa no es la estrategia adecuada para avanzar y crecer; pues si bien aporta beneficios secundarios presenta también perjuicios concretos.

Beneficios que podemos obtener de la estrategia de la culpa

La culpa tiene beneficios secundarios interesantes que pueden hacer de esta emoción una estrategia aparentemente desagradable pero muy poderosa. Veamos ahora estos beneficios en la autoinculpación y en la manipulación del prójimo mediante la culpa.

La autoinculpación: ​Soy culpable y me castigo con sufrimiento para expiar mis errores

En nuestra cultura, el castigo sirve para pagar por los errores, las malas acciones o inacciones, etc, y así obtener el perdón y volver a la normalidad de nuestras vidas. Por ello, sentirse culpable puede vivirse como un castigo que hay que pagar tras una mala acción o tras saltarse uno de los muchos “debería de…” también tan habituales en nuestra cotidianeidad social, familiar, laboral y personal.

Así pues, la lógica de la autoinculpación es que si me siento francamente mal por lo que hice o por lo que dejé de hacer, ya no he de reparar el daño o cambiar la situación. Existe la creencia de que si sufro lo suficiente puedo ser perdonado o liberado de una carga, pues sufrir ya es suficiente castigo. Sin embargo, esa pasividad sufriente no arregla el problema; aunque ni siquiera tengo que darme cuenta porque estoy muy ocupado en ese bucle de sufrimiento y penitencia.

Cuando me quedo absorto, rumiando mi sentimiento de culpa, me traslado al pasado y ya no he de responsabilizarme de mi presente.

En consecuencia, no habré de afrontar los retos y riesgos de un cambio personal en determinados aspectos, que por otro lado me ayudarían a crecer en el momento presente.

La ventaja de autoculparse es que nos permite inmovilizarnos en el presente por algo que hicimos en el pasado, en vez de afrontar las consecuencias de nuestros actos y hacernos cargo de nuestra propia vida y crecimiento personal. Los demás, incluso, pueden compadecernos y pensar que estamos haciendo todo lo posible por adaptarnos a las normas, superar las dificultades... “Bueno, si se siente tan mal, seguro que cambia”.

La alternativa a culparse por algo es tomar la decisión de cambiar determinados comportamientos que ni nos gustan ni nos benefician en el presente, y tomar conciencia de que los sentimientos de culpabilidad ni nos hacen mejores personas ni cambian el pasado, pues el pasado no puede modificarse.

La pregunta clave al sentirte culpable por algo que sucedió en el pasado es: ¿qué estoy evitando hacer en el presente?

La manipulación del otro mediante la culpa

Manipulo a mis seres queridos, amigos... haciendo que se sientan culpables cuando no satisfacen mis deseos, necesidades o expectativas. En definitiva, manipulo a los demás para conseguir lo que quiero.

Por ejemplo, uno puede decirle a su pareja: “Si me quisieras de verdad, iríamos con más frecuencia a la playa. Sabes que me encanta que vayamos juntos, ¿qué te cuesta darme ese gusto?”. Si se consigue que la pareja se sienta culpable es posible que, aunque a desgana, vaya con más frecuencia a la playa. Eso sí, a la larga esto aumentará su resentimiento, pero mientras tanto la culpabilidad provocada en el otro es un buen método para conseguir que haga lo que deseo.

Otro ejemplo lo encontramos en la relación entre padres e hijos. Tu hijo –ya sea un niño o un adolescente- cuando no le dejas ir a algún sitio porque te parece inadecuado, peligroso o por el motivo de peso que hayas considerado al tomar tu decisión, te dice: “Pues el padre de Pedro le deja ir al concierto y le va a recoger a la salida”. La impresión que te puedes llevar es que tu hijo está pensando que el padre de Pedro es mejor padre que tú. En un extremo más duro incluso puedes llegar a escuchar: “Seguro que soy adoptado. Mis auténticos padres no me tratarían jamás como vosotros”.

Existen muchos modos de generar culpa en el otro. Algunas frases típicas son:

  • Con lo que me he sacrificado por ti…

  • ¿No te da vergüenza…?

  • ¿Qué dirán nuestros vecinos, amigos…?

  • Eso, ve y diviértete como siempre mientras me dejas solo…

La alternativa a manipular generando culpa es simple y llanamente expresar con claridad y de forma directa nuestros deseos o el motivo por el cual determinadas conductas nos parecen inadecuadas o nos molestan.

En el otro lado de la relación, si no caemos en la manipulación por la culpa del otro, lo dejaremos desarmado ya que su estrategia se revelará ineficaz. La ineficacia continuada de esta estrategia puede llevar a que el otro busque otras estrategias para comunicar sus deseos, necesidades y expectativas.

La culpa no es una emoción innata, sino aprendida y solo es eficaz cuando la otra persona –o uno mismo- es vulnerable a ella.

Para terminar, imaginemos la diferencia entre unos padres que corren a dejar que su hijo vaya al concierto para ser tan buenos padres como los de Pedro y unos padres que le dicen a su hijo lo mucho que le quieren pero se mantienen firmes y coherentes en sus límites razonables.

Si hemos aprendido a sentirnos culpables,

también podemos aprender a vivir sin

culpa.

Bibliografía

Dyer, W. (1978). Tus zonas erróneas. Técnicas audaces, pero sencillas, para dominar los esquemas erróneos de tu conducta. Barcelona: Grijalbo

Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • LinkedIn Social Icon
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
bottom of page